LA GRAN FAMILIA

LA GRAN FAMILIA

jueves, 24 de enero de 2019

“JUAN CARLOS SÁNCHEZ GÁLVEZ… (O DE LA GRANDEZA DE LA SERVIDUMBRE Y LA DISTANCIA DEL SERVILISMO”.


«Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;

y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,

hasta la última,

hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,

así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada,

sino en las cosas que yo más quería..»


(Luis Rosales. Granada, 31 de mayo de 1910-Madrid, 24 de octubre de 1992).

Antes de proseguir este humilde artículo nacido de lo más profundo del cariño, soy consciente de lo denostada que está en nuestros días la palabra “servidumbre”. También lo soy de la rabiosa actualidad con la que cuenta la palabra “servilismo”.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “servidumbre” como: “(Del lat. servitūdo, -ĭnis) Conjunto de personas que trabajaba en el servicio doméstico de una casa.”. Y de “servilismo”: “(Del lat. servīlis.) Que de modo rastrero se somete totalmente a la autoridad de alguien.”.”
De la segunda acepción no deseo escribir, está muy de moda en casi todos los ámbitos de la vida y desde hace mucho, y no tengo nada que descubrir sobre ella. Solamente la he citado por contraposición a la que me interesa, a la que admiro, aún a costa de que alguien pueda no entenderlo todavía. A mí la palabra “servidumbre” me parece grande y hermosa, y muy insuficientes las personas que ya desde mis 65 años les he visto practicarla con grandeza, sin resbalarse a la otra definición.
A estas alturas ya puedo comprender qué fue lo que me sucedió en Ávila cuando aún no era ni adolescente, y en unas colonias del franquismo, de vuelta de bañarnos en el río Adaja me llamó poderosamente la atención una puerta de un palacio, y me salí de la fila (a la que creo no haber vuelto) para intentar ver un poco más adentro. No pudo ser. Tuve que esperar unos años para dormir en el palacio solo una noche a cambio de bastantes sueldos míos.
No entendía el motivo de esa atracción tan grande en un chaval hijo de un padre gallego y de una madre alcarreña que, en el primer caso, después de la guerra incivil vino a Madrid para ser albañil, y una madre que después de acarrear mucho en su pueblo cerca de Molina de Aragón, de segar, trillar, etc., llegó a Madrid llena de sabañones para servir en la casa de unos “nobles” en la Gran Vía, y, entre otros trabajos, lustrar de cera, de rodillas naturalmente, salas y salas de tarima. Que después se encontraron en la Calle de San Mateo de Madrid, se casaron y juntos sirvieron durante treinta años a otras diecisiete familias de las que entonces, y me temo que ahora, en Madrid llamábamos “bien”. Guardo de ellas en general un espléndido recuerdo.
Hoy, a mis sesenta y cinco años, incluso hace ya bastantes antes, sé que lo que vi en aquella legión de mujeres uniformadas, con cofia, de hombres polivalentes para la tarea, de guardas, de jardineros, de recepcionistas, de mecánicos…eran madres y padres como los míos, que estaban sirviendo con orgullo de hacerlo, con excelencia y elegancia. Y sin rencor. No había causa, cada uno vivía de un trabajo, que hoy, desgraciadamente, no existe. Fruto de ese trabajo pude yo estudiar para servir -no me es ajeno que cada vez que pongo el verbo, sé que lleva a “servidumbre”- después de unos primeros años difíciles y de distintos estudios, nada menos que para ser servidor público.
En representación de toda "la gran familia" de Parador.
Algunos compañeros que me sabían y veían tan alejado del servilismo -tanto como puede quedar claro en muchos de los artículos de este mismo blog- no comprendían por qué yo siempre he estado tan orgulloso de practicar el servicio, la servidumbre pública. Y es que yo, además de a mis padres, hacía ya muchos años que había conocido una “gran familia” repleta de “juancarlossánchezgálvez”, en todos sus estamentos que cuidaba de los demás y de sí misma. Había visto ya algunos “comedores de familia”
La servidumbre bien practicada, bien entendida, ese conjunto de personas al servicio de una Casa, a menudo entienden, es imprescindible que lo hagan, que lo perciban, que durante gran parte de su vida están atendiendo a señores, a señoras, que probablemente los son mucho menos que ellos. Yo, por ejemplo, bajo el reloj de la Puerta del Sol, lo he vivido a diario. Pero es fundamental moderar el orgullo y la soberbia, y cambiarlo por otro tipo de orgullo de clase: El que mis padres me enseñaron aún sin intentarlo; el que amo profundamente en lo que les dejan practicar, en lo que pueden hacer todavía ese “conjunto de personas que trabajaba en el servicio doméstico de una casa…” llamada en este caso Red (pública) de Paradores de Turismo de España.
No deseo entrar en matices contemporáneos, pues para eso ya he escrito muchos artículos antes. Ahora, una vez explicada la servidumbre desde mi punto de vida (no me he equivocado por vista), solo quiero hacerlo de ese maestro en el arte de servir a una Casa en muchas Casas, que se llama Juan Carlos Sánchez Gálvez y de mí. No podría ser de otra manera; hablar de lo que no se conoce suele ser de necios.
Por muy pronto que conociera PARADORES me es imposible una biografía profesional de cuarenta años de servicio de Juan Carlos Sánchez Gálvez, y no es eso lo que pretendo; sus años en ene Parador de Granada son “mis años Juan Carlos”.
No es baladí ni mucho menos que el amor me llegara por primera vez hace treinta y siete años de la mirada, la mano, la voz, la sabiduría, el granadinismo de un paisano de Juan Carlos, que de no haber fallecido a los 35 años, ahora tendría 66 -como el Festival Internacional de Música y Danza de Granada-. Gerardo Velázquez Cueto había venido a Madrid, de alguna remota manera como mis padres, para poder encontrar algo que en Granada, por tamaño y otros aspectos, en los años setenta le resultaba muy difícil; y había venido sin poder, ni querer, despegarse jamás del recuerdo de sus tardes de estudio sentado en el poyato corrido de piedra del Palacio de Carlos V; después de un periplo extremeño llegó –siendo el catedrático más joven de su generación- a la capital, a un “Ramiro de Maeztu” (entonces solo de chicos) para enseñar literatura y lengua con esa lengua suya tan especial como inolvidable que, por ejemplo para decir grisecillo decía “gricesillo”, y “volaera”… y tantas cosas más que forman parte de mi diccionario vital y que me recuerda tanto Carlos Cano, sobre todo en su “Alhacena de las monjas”. Y entonces me encontró a mi (que como madrileño, sin darme cuenta “masticaba” las palabras).
Gerardo adolecía de esa “tontera enfadosa”, como diría él (ya sé que la RAE ya permite no poner la tilde en el pronombre, pero uno tiene la historia que tiene), que tienen tantos granadinos, y tantos españoles, que es la de no alojarse en algo tan maravilloso como el Parador de su tierra, justo por eso, porque está en su tierra, y él ya vivía en la Calle San Miguel Alta y “tenemos casa” como me decía. Pero yo soy bastante contumaz, y él siempre me lo agradeció infinitamente… la noche del 2 de julio de 1982 entrábamos juntos en ese Jardín del Parador en el que ya estará siempre.
Siento mucho querido Juan Carlos no habértelo podido presentar, era un gran granadino como tú, un gran servidor público, como tú, un gran humanista, como tú, pero los tiempos no ensamblaron.
A cambio, y nada menos, con esa otra persona con la que comparto ya desde hace veintitrés años un amor que no parecía tener parangón, hemos tenido la inmensa suerte de veros los tres juntos, de hablar juntos (Jesús sin “grisecillo” que en Tudela no lo dicen), y de ser muy feliz paseando con vosotros dos por el Jardín del Parador.
No fue baladí lo de Gerardo, pues cuando nos sentamos juntos, tú, Jesús y yo la primera vez en la terraza más hermosa de la Red de Paradores (y me atrevería a decir del mundo), como diría otro paisano tuyo: Miguel Ríos, lo tuyo -valga la redundancia- fue directo al corazón. Esa voz, la tuya, estaba ya pregrabada en mi vida, ese acento, esa calma, serenidad, tranquilidad, granadinismo… vocación digna de querer servir. Me recuerdo traspasado mientras compartíamos algunas croquetas, probablemente pensadas por alguien que ya no está tampoco, si no es paseando para siempre por el Jardín del Parador.
Me sentía unido a ti por encuentros y pérdidas grandes, o sea muy entendido. Y me sentía incapaz de hablarte de toda la Granada que llevaba dentro (aunque suelo hacerlo a borbotones) para que supieras que siempre fui y siempre sería de los tuyos.
No quiero extenderme mucho más. Soy un hombre de “pálpitos” y me empeñé hace unos meses en una reserva que iba a ser para después, con menos frío. Y menos mal, porque si no, no te hubiéramos podido abrazar en el Convento de San Francisco hace tan solo unos días, y darte “las gracias por todo”; y ese todo son cuarenta años de orfebrería de Paradores, de servicio y humanismo.
Tienen en PARADORES desde hace ya bastante, otra “tontera, pacata y enfadosa”, desde mi punto de vista naturalmente, y es no formar un “consejo de sabios” (que estoy seguro de que incluso no querrían cobrar más dietas que la de que PARADORES pudiera seguir siendo lo que ya no es) con personas como tú, a las que se pudiera recurrir una vez cada cierto tiempo para saber de PARADORES, de vocación de servicio, de formación de equipos en el humanismo, de respeto (que se puede decir no a mucho y muchos y seguir siendo humanista)... Los trabajadores y las trabajadoras sirven de mucha mejor gana, mucho mejor, más entregados, con más alegría, con menos miedo y con más cariño. Si alguien quiere comprobarlo que se dé prisa y se aloje, y coma en el Parador de Granada. Me decía un psiquiatra amigo cuando intentaba levantar cabeza tras la despedida del granadino, que la mente tiene un periodo mínimo de tres meses para empezar a “notar cambios”.
Es evidente que hay personas como tú que son insustituibles al frente, al lado, de un Parador, y máxime ese que se haya dentro del Generalife y la gloria de la hostelería mundial. Pero bueno yo tengo mi “catálogo personal” (¡que ya son muchas noches y muchos días en la Red!). Pero también tengo la seguridad de que ni la directora de recursos humanos, ni el propio presidente me van a preguntar; no me va a preguntar nadie realmente (aunque considero que no estaría mal preguntar a los clientes sensatos más frecuentadores y conocedores… en definitiva somos, o deberíamos ser el objetivo de la cuestión). Y tengo el “palpito”, y esto me da más miedo aún, de un cambio radical de estilo. Ojalá que no sea así. Espero que Fray Leopoldo de Alpandeire, o la Virgen de las Angustias me echen una mano… yo nunca he dicho que fuera creyente, pero tampoco que no lo sea. Además la de “…Las Angustias, la que habita en la Carrera, que a todos los granadinos les alivia de sus penas” está un poco obligada; que yo la he rezado mucho.
Saltando de aquella primera vez que nos vimos a esta última en el Parador hace unos días, quiero relatar una anécdota, una sensación, una vivencia interna que me emocionaba profundamente, y que es un poco la esencia de las torpes palabras de este escrito:
Jesús y yo formamos un matrimonio desde hace trece años, un matrimonio de hombres naturalmente. Y el protocolo (al que he dedicado buena parte de mi vida profesión intentado ayudar a “tarugos y tarugas egregios”) desde mi punto de vista es un tanto conservador, se ha quedado un poco rancio, y necesita mucho de la sensibilidad, del sentido común, de la “sabiduría de la servidumbre” para salir adelante. Pues bien cada vez que nos íbamos a sentar los tres juntos en los siempre poquitos ratos que hemos tenido la suerte de disfrutarte, tú, como una especie de ángel invisible me retirabas a mí un poco la silla para que me sentara. Y yo me preguntaba ¿Quién, qué “le dirá” a un hombre que ha recibido durante toda su vida a multitud de personalidades y altos mandatarios y mandatarias, que sea a mí y no al otro hombre al que aleje la silla un poco de la mesa?  Eres un maestro en hacer de la necesidad virtud querido Juan Carlos.
Te vamos a echar muchos mucho de menos, yo personalmente por muchas cosas; pero sobre todo si vuelvo a pasear el Jardín para ir a ver cómo marcha la Sophora tan necesitada de ti. Esa compañía no tiene sustitución. He decidido que para poder verte siempre en la que siempre será tu Casa, te dejo aquí enseñándola.
Y una vez escrito esto, nada me gustará más que la vida sea contigo tan generosa como tú lo ha sido con tantos. Y que rápidamente tengas la sensación de que no te has equivocado “…sino en las cosas que yo más quería..» como dijo Luis Rosales, porque tengas el tiempo para dedicarlo a ellos a ellas.
Con todo lo que queremos ambos, y el tiempo que hemos dedicado a PARADORES, cada uno a un lado, tú al trabajo, yo al disfrute de ellos, no me cabe la menor duda de que hay vida fuera de Paradores. A lo mejor tres meses como decía mi psiquiatra son poquito para cuarenta años, pero la hay, y seguramente porque lo atisbas has decidido tú mismo prejubilarte.
Y si en ella, en esa "nueva vida” Jesús y yo tenemos un trocito, habrá valido la pena aquella ruta que quedó interrumpida para mí el 30 de septiembre de 1987 y que reinicié en 2009 y espero poder completar.
 No se me ocurriría nunca creerme portavoz de otros clientes, pero estoy completamente seguro de que si algunos de ellos tuvieran como yo un blog dedicado exclusivamente a Paradores, también te darían las gracias. Yo me atrevo a hacerlo por ellos.

Muchas gracias Juan Carlos Sánchez Gálvez este “cliente”, seguro servidor, te querrá siempre.

"… al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-;
Gracias, Señor, la casa está encendida!"
(Luis Rosales).

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