(Artículo publicado el 07/05/2011 en
la web “Paradores Activo”, ya desaparecida)
No
debo incurrir en la prepotencia que supondría por mi parte, tratar de explicar
en tan sencillo artículo la Historia de un edificio tan emblemático para Alcalá
de Henares, Madrid, y nuestro país como es la Hostería del Estudiante. Mucho
menos sabiendo que ni en vida del Cardenal Cisneros pudo verse desarrollado en
su totalidad el proyecto complutense en el que se integra el antiguo Colegio
Menor de San Jerónimo, donde se halla la Hostería, fundado por el propio
Cardenal en 1510, y que varios siglos después, en 1998, la UNESCO consideró
Patrimonio de la Humanidad. Ni tan siquiera debería partir del año 1929, cuando
el edificio varió en sus utilidades hasta ese momento, y comenzó a albergar La
Hostería del Estudiante, pues de esto otro hace ochenta y dos y yo todavía no
los he cumplido.
Si puedo
ligar la historia de la Hostería a la de mi vida sin miedo a error alguno, fechándola
en una tarde de sábado del mes de febrero de 1979, hace treinta y dos años
¡tampoco está mal! En ese momento, más prosaico, joven e impetuoso que ahora,
estaba más interesado en aprender a conducir y en comprarme un coche para
iniciar mi vida de turismo activo, y “otros viajes”, que en saber que muchos
siglos antes en su edificio egregios profesores ya habían impartido la
enseñanza de tres lenguas, latín, griego y hebreo.
Algunos años
después, de la mano de otro catedrático, contemplando el Patio al que tiene
hermosas vistas, puede comprender por qué le llamaban “Trilingüe”.
Pero yo, en
1980, de forma mucha más tosca, ya lo dije antes, lo que sabía de la Hostería
del Estudiante también estaba relacionado con la con la lengua pero como órgano
gustativo. Había oído hablar de sus migas ilustradas, y me había inquietado. Sobre
todo, una mañana la conversación de una compañera de trabajo, de muy buen gusto,
con su novio por el teléfono, que le decía: “…vale nos vamos a Alcalá a eso, y
luego merendamos migas con chocolate en la Hostería del Estudiante”.
Por la edad
que yo tenía, creo que hubiese sido mucho más lógico que me inquietara más “a
eso” que las migas con chocolate ¡pero es que siempre he sido muy goloso!
Acababa de
comprar, de empezar a pagarlo quiero decir, mi primer coche, un Seat Ritmo 75
CL. Había aprendido, por llamarlo de alguna manera, a conducir con un Seat 133,
y a veces, pocas, con un 127, y con toda la paciencia y el afecto de mi añorado
profesor del Race, Guillermo. Y cuando me senté al volante de aquel motor ¡un
1430 entonces! fui consciente de que me quedaban muchos kilómetros por
recorrer, y no virtuales precisamente, para hacerme con la conducción. Y
también que no los podía hacer por Madrid si no quería acabar en la cárcel.
Por ello me
busqué un buen objetivo, algo que me incentivara mucho, y recordé las migas con
chocolate… Estoy seguro de que jamás en mi vida me he hecho más veces los 34
km. más o menos que separaban mi casa en la plaza de Manuel Becerra, de la Hostería
del Estudiante en Alcalá de Henares, ni he vuelto a comer nunca tantas migas ni
tanto chocolate, ni me he visto en la necesidad de ahorrar tanto para gasolina
y para meriendas.
La tarde que
entré por primera vez en la Hostería iba acompañado, pues con las migas como
acicate siempre encontraba a algún arriesgado o arriesgada, pero pronto tuve
que hacer los viajes de prácticas solo, pues a dos meriendas ya no llegaba.
Había sufrido ya el impacto “Raimundo de Borgoña” en Ávila, como yo llamo a
este amor costoso a primera vista que me surgió cuando vi la puerta del Palacio
de Piedras Albas, en el que después conseguí alojarme una noche, y ya sabía que
la Hostería era de la Red de Paradores.
No hubiera
hecho falta saberlo, pues nada más traspasar su puerta y sentir el calor de aquella
chimenea en aquella tarde heladora, el olor de la madera del que ya hemos hablado
alguna vez en otros artículos, ver el magnífico mobiliario del comedor, tan
antiguo, tan hermoso… volví a quedar inmerso en ese mundo de Casas, que no se
bien por qué he considerado mías de alguna forma y nunca he salido ya de ellas.
Nunca
encontraba la hora de marcharme de la Hostería del Estudiante, entre las migas,
el calor de su chimenea y el viaje de vuelta que me esperaba, pensé en
colocarme en ella para poder integrar la
gran familia de Paradores.
Y ya sí,
conocí más profundamente Alcalá de Henares y gran parte de su Historia,
Conocí unos
años después el amor ¡que compartió muchas migas conmigo! y conocí mejores
tiempos en el trabajo. Por ello pude convertir el comedor de la chimenea en el
comedor de mis días felices, de mis celebraciones. Nunca perdieron protagonismo
las migas, pero poco a poco pude ir conociendo también los duelos y quebrantos,
la sopa boba, el guiso de las bodas de Camacho, pescados, ensaladas… y ¡la
costrada! Cuya alma es mi perdición en la repostería: ¡el merengue!
Nunca tuve
ningún percance yendo y viniendo a Alcalá de Henares, y pasado el tiempo, ¡tanto
tiempo!, el único sin vivir que de la Hostería me ha llegado, fue hace una año,
cuando ¡quien me lo iba a decir entonces! me alojé, ya casado con mi segunda
pareja en el último Parador y mejor dotado que la Red ha abierto, justo
enfrente. Y como a pesar de que hice prácticas en migas, no me es posible ya
comer y cenar con esa contundencia ahora que tengo que ahorrar menos, me debatí
casi durante una hora en si serle infiel a mi Hostería, o no conocer el comedor
del recién nacido e imponente Parador. Acabó ganando este, pero resolví pronto
el complejo de culpa.
Ahora los
kilómetros que tengo que hacer para llegar a Alcalá de Henares son menos, y
además, tengo un conductor más joven que yo, al que amo profundamente, y ya no
tengo que convencerle de nada por más que lo intente tantas veces de tantas
cosas. Basta con que ponga música, le de conversación, y hagamos buenas migas
juntos haciendo el viaje.
(Dedicado con mucho afecto a todos y todas aquellas personas que hayan
dedicado su trabajo, su ocio, su interés o su felicidad a la Hostería del
Estudiante)
No hay comentarios:
Publicar un comentario