"REFLEXIONES DE UN CLIENTE CASTIGADO… O PARADORES “SALVADOS” POR ABAJO” (¿espantia… desnaturia… incivia…?)
“Cuando el sabio
señala la luna, el tonto mira al dedo” (Proverbio Chino)
Generalmente
cuando escribo, o mejor expresado en los últimos tiempos y desafortunadamente,
cuando mi pareja escribe para mi blog “Raimundo… un amigo de Paradores" lo que
yo pienso y le pido que transcriba, y en lo que en muchas, muchas ocasiones
coincidimos, trato de ser explícito, claro, en mis opiniones, no me importa
poner lugares o dar nombres porque ante todo me exijo escribir, pensar, con
respeto y verdad.
Sin
embargo en esta ocasión, aunque voy a escribir con verdad y respeto, no voy a
ubicar ni etiquetar mis experiencias, pues a menudo los seres humanos en
situaciones extremas o extremadas podríamos realizar actitudes para salvar el
condumio (de mortadela o caviar, cada cual lo que tenga) que no haríamos en
condiciones normales. Yo no sé si lo respeto o no, sería cuestión de analizar
caso por caso de los que conociésemos. De lo que estoy seguro es que no me
resultan respetables aquellos que ya teniendo el condumio resuelto atacan el de
los demás. Pero en cualquier caso no me gusta que se vea en juego el de casi
nadie.
En
mis viajes por todo lo largo y ancho…. como decía el inolvidable “Capitán Tan”,
pero en esta caso no de este mundo sino de Paradores, que es un mundo más
pequeño muy querido para mí, no ha sido infrecuente ver clientes de esos que
uno siente vergüenza ajena, precisamente por eso por perteneces a su entidad,
clientes, que entre ellos, hablando un poquito alto -si no, no vale- se quejaban
del servicio porque pensaban que así quedaban más finolis, más como clientes de
toda la vida. O sea como unos vecinos que teníamos cuando yo era pequeño, que
me decía mi madre que volvían en taxi de comprar comprado boquerones
(naturalmente en un tiempo en el que los boquerones no representaban para la
gastronomía ni el bolsillo lo que hoy), y si por lo que fuese notaban que olía a
pescado al subir en el ascensor, decían que el gato se había puesto pesadísimo.
Ese tipo de cliente siempre me ha dado risa, sin más.
También
he visto otros que después de haber comido, o haber sido tratados en la
excelencia, se quejaban muy “dignos” , muy chuscos… y muy estratégicos, para
que les saliese gratis lo disfrutado, y si aún podían conseguir algo más,
mejor. Esos, la verdad, más que risa me han dado asco. Y desafortunadamente las
redes sociales les han servido de “aliadas”.
En
ambos casos siempre he visto soluciones elegantes por parte de los Paradores y
sus trabajadores, y con el saber hacer que ha venido caracterizando a estos
profesionales (los de Paradores digo) desde 1928,
Pero
las reflexiones, las mías, que comparto con Jesús y con ustedes ahora, son más
recientes y pudiera ser que más dolientes:
Ya es la tercera vez que he presenciado (a la
primera y a la segunda no lo hubiese escrito nunca) en dos Paradores, pues en
uno de ellos la vi dos veces, que ante una de esas esperas eternas a un
trabajador o trabajadora que son habituales en la Red de Paradores de Turismo
de España desde que la señora Alarcó y los suyos en la cúpula, a lo largo de su
largo tiempo en la misma, perpetrasen en ella lo perpetrado con ERE, ERTES y
otras intervenciones, Y a pesar de que pueda o no haber un “botón” para llamar
(¡un “botón” en Paradores para llamar que no sea el de la puerta de entrada a
deshora, de cuando acá!). Qué podría hacer un botón con unas personas que se han
quedado en cuadro (y no de arte) en un Parador, que tienen que atender la
cafetería al mismo tiempo que el comedor restaurante ubicados en lugares
distintos, que casi no se han levantado los clientes de la mesa de comer, y ya
tienen que poner la de cenar o desayunar, y que hasta podrían ponerles un
cepillo en alguna parte de su anatomía para que fuesen barriendo al tiempo.
O
qué explicaciones puede dar una camarera por muchos platos que tenga puestos en
su vida y tablas para ello, cuando le piden por enésima vez lo que es imposible:
que salga rápido el plato de una cocina despoblada de cocineros.
Incluso
qué puede hacer una trabajadora o trabajador, solo, sin más, tras el mostrador
de una recepción a la hora de la despedida masiva de quienes tienen que
abandonar la habitación no más tarde de las 12 h. Etc. etc. etc.
Pues
bien, en estos tres casos recientes me ha parecido notar cómo si la persona que
llegaba para paliar la queja, en lugar de practicar ese “saber hacer” que yo
decía antes, hubiesen echado más leña al fuego, y el trabajador o trabajadora
en cuestión, y en patines, no hubieran salido bien parados y hasta pudiesen
salir peor aún. Por eso digo “me ha parecido notar” (informo que no suelo tomar
más alcohol que una cerveza), pues ante algo tan, digamos surrealista, no
cabrían más allá de tres cosas: Una, mi error de apreciación (es la que
prefiero). Otra, alguna nueva técnica de marketing-teatral, tipo títeres de la
cachiporra ante el cliente quejoso (y desde luego poco informado de la
situación actual de Paradores), y que después se partieran de risa mandador y mandado
tras un biombo (no me parece mal tampoco ante las situaciones que de momento no
tienen arreglo, y la clientela desinformada que se queja donde nada puede
hacerse en lugar de ir a la calle José Abascal, 2 a hacerlo contra los
responsables). Y una tercera, de la que prefiero no escribir, porque resultaría
tan sibilina y perniciosa desde mi punto de vista, que en ese caso es
preferible no dar pistas.
En
todo caso lo que yo deseaba dejar expuesto aquí ante mis reflexiones, y desde
luego dirigido a los míos, a los clientes, es que si es que fuesen ciertas esas
noticias rimbombantes de que Paradores “se ha salvado” (que eso lo vamos a
saber con más exactitud no dentro de mucho), sería desde abajo y desde dentro
de cada uno de los establecimientos.
Sería
en primer lugar, y ante todo, por todos esos trabajadores y trabajadoras (sé
que existen las estructuras jerarquizadas, yo hablo de todos, y cada cual que
se coloque, o lo hagan, en el lugar que le corresponda) que viendo y sintiendo
recortadas hasta sus ganas de vivir en algunos casos, se agarran a la “P” del
pecho como si fuese un marcapasos antes de que se la arranquen del todo, y
encuentran en ella un antiguo anhelo, una maltrecha ilusión o un tacto lejano
que les recuerda al de las caricias de sus abuelos, padres, tíos, hermanos… que
les transmitieron un sentido de la calidad, la amabilidad y la leyenda que,
¡pobres!, se empeñan en querer seguir ofreciendo ellos (con o sin timbre) porque
consideran que “sus clientes” ahora no están bien tratados.
Por eso cuando leo en algún lugar que de Paradores
arriba hay algo que llaman gestión del talento, hago otra reflexión que no
escribo. Pero desde luego me queda muy claro que si en la cúpula de Paradores
existiera algún talento (ya no hablo de profesión ni de buenas o malas
intenciones, ni de libertad de expresión, ni de represión, que esas opiniones
propias deseo reservármelas de momento) no existiría esta gestión de los
trabajadores… ni sus resultados.
Y
si me permiten aquellos que puedan llegar a leer estas humildes reflexiones de
un cliente castigado por la situación actual de Paradores, ya hemos dejado
claro que no por la responsabilidad de sus trabajadores, si algún día llegamos
a enterarnos de que tienen algo de realidad esas noticias reiterativas de que
Paradores “se ha salvado”, lo sería también por los clientes, que no son pocos,
que aman Paradores, y que admiran a los y las que corren de un lado a otro de
ellos con la mano en la “P” y con el tejado boca abajo como una espada de
Damocles, para poder atenderles en la medida que puedan.
Esos
clientes que se quedan ojipláticos cada mañana a la hora de desayunar ante un bufet
que se ha quedado en “bu”, del que han desaparecido prácticamente la totalidad
de lo que les convertía en un bufet de desayuno de Paradores, con sus
cazuelitas, sus productos locales, su singularidad, sus degustaciones de quesos
en cualquier Parador, su abundancia y detalle… para convertirlos en casi un
bufet de cualquier cadena pero a dieciocho euros.
Los
mismos clientes que siguen añorando aquel mítico “Menú de Paradores”, o los
Artes Breves de Cocina en todos y cada uno de ellos, ante unas ahora
ennegrecidas y empequeñecidísimas Cartas con producto foráneo en muchos casos, y
con estrambóticos e ininteligibles nombres (“tamizia” por ejemplo).
Que
echan de menos, casi tanto como el comer, mantenimientos, redecoraciones, reformas.
Y que han sido convertidos por mor de lo que se pueda encontrar o no, dentro de
lo ya muy mermado en cada uno de los Paradores, en clientes de primera, segunda
y tercera según el extraño nombre que le han puesto en la puerta y el personal
que les han asignado. Cuando realmente desde la voluntad y la vocación, desde
el alma y la historia ellos son clientes de PARADORES, sin más categorías y ¡sin
menos!
Esos
clientes que pase lo que pase, quiten lo que quiten o pongan los timbres que
pongan siguen inasequibles al desaliento yendo a Paradores, aunque pudiera
echarles de ellos hasta la misma música en toda la geografía. Que solo tratan
de ver lo positivo de la Red, que queda y no poco, y que jamás reflejan fuera
de la misma sus insatisfacciones sino al contrario. Yo a eso clientes ni tan siquiera
les llamaría Amigos de Paradores, les diría familia de la buena, porque hoy en
día una tarjeta de fidelización la puede tener cualquiera, creerse encima
accionista de Paradores, y pertenecer a esos visitantes desinformados o
estrategas de los que hablaba antes.
Y
todavía hay algo más en lo que se unen los trabajadores salvadores de Paradores
con los clientes compinchados en su salvación. Y es que han pagado dos veces
para “la salvación”: Unos con el esquilme de sus sueldos, y otros con el
esquilme de la contraprestación a lo pagado en sus tarifas. Y juntos con sus
impuestos en las reiteradas inyecciones de dinero público, dinero de todos los
que no evaden sus impuestos, y que como si se tratase de la caja de la seguridad
social, han tenido que “salvar” a Paradores en la etapa, todavía presente, de
la señora Alarcó, la señora Borrego, el señor Soria (ya marchado), y el señor
Rajoy (que veremos si lo marchan). Esta etapa de neoliberalismo terrible en la
que tienen que poner más los que menos tienen si quieren “salvar” lo que, como
se descuiden, les enajenan (entendido por vender, pues también podría
entenderse en esta etapa por otra cosa a la que no deseo referirme al escribir
esto).
Cada
vez que llego a uno de esos establecimientos que yo considero desde niño, sin
que sepa por qué, pues yo no fui un niño rico ni mucho menos, mi casa, y al
lado de mi gente, esos sí por qué lo son, y me encuentro en la puerta ese
oprobio, ese agravio en forma de placa, de separación , de troceo, generalmente
mejor situada que la de “amabilidad, calidad, leyenda”, le pregunto a Jesús en
un juego cómplice, pero cómplice para el bien claro, sin consecuencias para los
trabajadores ¿Qué pone ahí con ese color tan feo? Y Jesús, depende del lugar
claro, y como me quiere, me dice: “creo que espantia, incivia o desnaturia…”
según lo que toque.
Y
yo elevo los ojos a Gredos y exclamo ¡Hasta cuando dios mío!
(Deseo recordar que este blog, al igual que la mayoría, tiene la posibilidad de dejar comentarios de forma anónima, para respetar la intimidad y evitar represalias)
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